En las tranquilas horas de una tarde de finales de otoño, el último periodo de la Escuela Primaria Eternal Sunshine estaba envuelto en una inquietante calma. Los niños estaban ocupados con sus proyectos de fin de curso y los profesores se afanaban en terminar las clases antes de las vacaciones de otoño.
La Sra. Tina, una joven profesora novata, recordaba a sus alumnos que debían llevarse sus proyectos y pertenencias a casa. Agotada tras un día persiguiendo a los niños de preescolar, respiró hondo, saboreando la calma antes de que sonara el último timbre, señal del comienzo de las vacaciones de otoño. No sabía que esta tranquila escena estaba a punto de verse alterada por un visitante inesperado.
Mientras los niños salían de las aulas en fila india, Tina se vio sacudida por una fuerte cacofonía de gritos procedentes del vestíbulo principal. Vio a niños y profesores corriendo presas del pánico.
Se apresuró a investigar y se quedó atónita al ver que un lobo salvaje había irrumpido por la puerta principal, provocando un caos inmediato. El ambiente sereno y familiar de la escuela se había transformado de repente en una escena de caos. La Sra. Tina, paralizada por la sorpresa y el miedo, se dio cuenta de que algo extraño colgaba de la boca del lobo, una visión tan escalofriante que la dejó paralizada.
Los compañeros de Tina se dispersaron en todas direcciones, pero ella permaneció inmóvil, con el corazón acelerado y las manos temblorosas. En medio del caos, vio algo extraño en la boca del lobo: un objeto pequeño y extraño que no pudo distinguir. Le picó la curiosidad, pero no tenía tiempo para pensar en el misterio. Primero tenía que velar por la seguridad de sus alumnos
Haciendo acopio de todo su valor, Tina entró en acción. Rápidamente condujo a los niños desconcertados de vuelta a sus aulas, con voz firme a pesar del miedo que se apoderaba de su corazón. “¡Todos dentro! Rápido!”, gritó, guiando a los alumnos al aula más cercana. Cerró la puerta tras ellos, echó el cerrojo y cogió una silla para colocarla debajo del pomo.
Tina pasó rápidamente de una habitación a otra y repitió el proceso, asegurando cada puerta con lo que encontraba: sillas, pupitres e incluso armarios pesados. Los rostros de los niños estaban pálidos de miedo, pero su actitud tranquila los tranquilizó. “Guarden silencio y permanezcan juntos”, les ordenó, con voz suave pero firme.
Con los alumnos a salvo, Tina volvió a centrar su atención en el pasillo. El lobo seguía allí, paseándose inquieto, con el extraño objeto colgando de la boca. Sabía que tenía que sacar al animal antes de que hiriera a alguien.
El subidón de adrenalina del momento anterior no fue nada comparado con lo que Tina sintió a continuación; el corazón le martilleaba en el pecho con una intensidad que ahogaba todo lo demás. La visión del lobo se grabó en su mente, una imagen vívida que no podía ignorar. Se vio obligada a actuar, impulsada por una mezcla de preocupación y curiosidad.
Con una determinación que la sorprendió incluso a sí misma, Tina tomó una decisión. Iba a atraer al lobo al almacén cercano, con la esperanza de contener la situación y ganar algo de tiempo para pensar. Respirando hondo, Tina cogió una escoba de un armario cercano. La utilizó para hacer ruido, golpeándola contra las paredes y el suelo para llamar la atención del lobo.
El animal se volvió hacia ella y sus ojos se clavaron en los suyos. Con movimientos lentos y deliberados, Tina empezó a retroceder, guiando al lobo por el pasillo y alejándolo de las aulas. Al llegar al final del pasillo, Tina encontró el almacén de la escuela.
Abrió la puerta con cuidado y entró en la habitación, seguida por el lobo. El sonido de la puerta al cerrarse tras ellos fue agudo, un chasquido definitivo que parecía sellar sus destinos juntos en aquel espacio reducido. El aire se volvió denso, cargado de una expectación que pesaba sobre sus hombros. “¿Y ahora qué?
Durante un breve instante, hubo silencio, una engañosa calma antes de la tormenta. Luego, la atmósfera cambió palpablemente. Los ojos del lobo, antes llenos de una especie de comprensión cautelosa, brillaban ahora con una luz feroz e indómita. Su cuerpo se puso rígido y sus músculos se tensaron como resortes a punto de estallar.
Tina apoyó la espalda contra la puerta que acababa de cerrar. Podía sentir la estática en el aire. La respiración se le entrecortó al ver cómo se desarrollaba la escena. El gruñido del lobo, un sonido profundo y retumbante que parecía vibrar en el suelo, llenó el pequeño espacio.
En un arrebato de perspicacia, Tina encogió su estatura, tratando de parecer lo menos amenazadora posible. Su mente se agitó pensando en cómo comunicar sus intenciones de paz al lobo. “No soy tu enemigo”, le dijo en silencio con la mirada suavizada y movimientos lentos, esperando que el animal percibiera su deseo de no enfrentarse a él.
Tina comprendió rápidamente que las acciones agresivas del lobo no pretendían ser dañinas. Era evidente que el lobo, junto con la pequeña criatura que protegía, necesitaba ayuda, ya fuera de ella o de un veterinario profesional. El corazón de Tina latía con fuerza por la responsabilidad del momento, y su determinación se afianzó al darse cuenta de que ella era ahora su único puente hacia la seguridad y el cuidado.
Se acurrucó en sí misma, minimizando su presencia para parecer menos intimidante. Sorprendentemente, el lobo pareció entender el gesto de Tina. Se relajó un poco y sus gruñidos se convirtieron en cautelosos gemidos. Como el peligro no parecía tan inmediato, Tina respiró hondo. Podía sentir el olor a cartón viejo en el aire, mezclado con su creciente determinación de conseguir ayuda y salvar a sus alumnos.
Tina permaneció inmóvil, con un lenguaje corporal que transmitía calma y sumisión. Podía sentir los ojos del lobo clavados en ella, observando cada movimiento. Lentamente, acercó la mano al picaporte de la puerta, manteniendo el contacto visual con el animal. El lobo volvió a gemir y Tina pudo sentir su creciente inquietud.
Con una plegaria silenciosa, giró suavemente el picaporte y abrió la puerta lo suficiente para salir. Los ojos del lobo siguieron todos sus movimientos, pero permaneció donde estaba, con su postura protectora intacta. Tina se movió con una lentitud meticulosa, manteniendo sus movimientos fluidos y deliberados para no asustar al animal.
Una vez fuera de la habitación, cerró la puerta a toda prisa. Corrió por el pasillo con el corazón palpitante en busca de ayuda. La escuela, inquietantemente silenciosa tras el caos inicial, le pareció un laberinto mientras recorría los pasillos.
Finalmente, Tina llegó a la sala de profesores, donde algunos de ellos se habían refugiado intentando comprender la situación. “Tenemos que llamar a control de animales”, dijo, con voz urgente pero controlada. “Hay un lobo en el almacén y tiene algo en la boca. Creo que necesita ayuda”
Sin embargo, su súplica fue recibida con reticencia. Sus compañeros se miraron entre sí con inquietud, su vacilación visible en sus movimientos torpes y el tenso silencio que siguió a su petición. “Se ha avisado a la policía”, respondió finalmente uno de ellos, con voz firme pero ojos que evitaban la intensa mirada de Tina. “No podemos hacer nada más”
A Tina se le encogió el corazón. La súplica en su voz se hizo más desesperada mientras intentaba convencerlos. “Pero no podemos esperar. ¿Y si es demasiado tarde? Sin embargo, a pesar de sus súplicas, la determinación en los ojos de los profesores no cambió. Habían tomado su decisión, dejando a Tina de pie en el pasillo vacío, sintiendo el peso de la situación presionándola.
Sintiendo una mezcla de frustración y determinación, Tina decidió que no podía rendirse todavía. Empujó por los pasillos de la escuela, sus pasos resonaban con determinación. Cada negativa que recibía avivaba su determinación y la impulsaba a encontrar a alguien, a cualquiera, dispuesto a dar un salto de fe con ella. Finalmente, su persistencia dio sus frutos cuando encontró a Steve, el conserje de la escuela.
Steve, al oír la súplica de Tina, vio la determinación en sus ojos y aceptó ayudarla sin dudarlo un instante. “Veamos qué podemos hacer”, dijo, con una voz mezcla de determinación y curiosidad. Juntos se dirigieron a la habitación donde esperaban el lobo y su compañero.
Cuando los dos se acercaron a la habitación, el inquietante sonido de un aullido llenó el aire, una clara señal de angustia. El emotivo aullido subrayaba la profunda preocupación del lobo por la pequeña y misteriosa criatura que había traído al hospital. Era un sonido que resonaba con una urgencia cruda y protectora, revelando un profundo vínculo entre los dos seres.
A cada paso que se acercaba al lobo, el corazón de Tina se aceleraba y su mente sintonizaba con la delicada situación que se desarrollaba ante ellos. Cuando tendió la mano, con la esperanza de salvar la brecha de confianza que los separaba, el lobo respondió. Mostró los dientes en señal de advertencia, un recordatorio primitivo de los límites que no debían cruzarse.
Tina dudó un momento, consciente de la enorme tarea que tenía por delante. No tenía ni idea de lo que era la pequeña criatura, sólo sabía que parecía extremadamente frágil y que necesitaba ayuda inmediata. Steve propuso consultar a un veterinario, aunque el más cercano estaba bastante lejos. A pesar de ello, cogió rápidamente el teléfono y llamó a un veterinario para comunicarle urgentemente la situación.
Cuando terminó de hablar, se produjo una larga pausa que aceleró el corazón de Tina. Casi podía oír el tictac del reloj, cada segundo se alargaba, lo que la preocupaba aún más. Finalmente, el veterinario le pidió que describiera a la criatura. Tina lo hizo lo mejor que pudo, mencionando cada detalle que notaba.
Cuando terminó, se hizo otro silencio en la línea. Tina se quedó allí de pie con el teléfono en la mano, esperando a que el veterinario dijera algo. Oía su propia respiración, rápida y superficial, y el inquietante silencio de los pasillos. Esperaba alguna palabra sabia o un plan, cualquier cosa que pudiera ayudar a la débil criatura que tenía delante.
Sin embargo, en ese momento de silencio, Tina se dio cuenta de algo preocupante: el veterinario no sabía más que ella sobre la misteriosa criatura. Aun así, comprendió que la situación era grave, sobre todo cuando ella le explicó cómo empeoraba el estado de la criatura. De repente, Tina se sobresaltó al oír el aullido fuerte y triste del lobo. Su potente aullido llenó la habitación, haciendo aún más evidente la urgencia del momento.
Tina sintió un escalofrío. Algo iba muy mal. El aullido era algo más que ruido; era un profundo grito de miedo y tristeza que resonó a su alrededor, dejándolo todo en silencio después. Allí de pie, entre el olor a humedad del almacén y los lejanos sonidos de actividad, Tina se dio cuenta de que estaba ocurriendo algo más de lo que pensó en un principio.
Justo en ese momento de tensión, la puerta de la habitación se abrió de golpe y entraron corriendo unos agentes de policía, con sus pasos sonoros contra el duro suelo. Recorrieron la sala rápidamente, con la mirada alerta y concentrada, asegurándose de que nadie estuviera en peligro inmediato. “Por favor, que todo el mundo mantenga la calma”, anunció uno de los agentes, con voz autoritaria pero tranquilizadora, rompiendo la tensión que se respiraba en el ambiente.
Tina, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, dio un paso al frente. “Por favor, mantengan las distancias”, suplicó, con voz firme pero cargada de urgencia. Señaló al lobo y a su acompañante, indicando lo delicado de la situación. Justo cuando Tina estaba negociando con los policías, ocurrió algo totalmente inesperado.
En lugar de atacar como ella temía, el lobo hizo algo completamente anormal. Bajó la cabeza y agachó las orejas. A continuación, golpeó suavemente el pantalón de Tina con el hocico, tirando suavemente de él como si intentara comunicarle algo. A Tina le dio un vuelco el corazón. Había esperado agresividad, pero este gesto era de confianza y desesperación.
El alivio invadió a Tina cuando se dio cuenta de que el lobo no era una amenaza. El animal buscaba ayuda. Sin embargo, los policías, malinterpretando el gesto, entraron en pánico y empezaron a gritar a Tina que retrocediera. Sus gritos asustaron al lobo, que salió corriendo hacia la puerta principal.
Pero mientras corría, el lobo se detuvo de repente y se volvió, con su mirada profunda y penetrante clavada en Tina. Parecía estar esperándola, con ojos suplicantes y urgentes que la obligaban a seguirla. El aire estaba cargado de tensión y expectación, dejando a Tina con una inexplicable sensación de determinación.
Los ojos de Tina se abrieron de par en par, sorprendida. El comportamiento del lobo no tenía nada que ver con la postura agresiva que había mostrado al principio. Parecía como si la estuviera invitando, instándola a seguirle. Había inteligencia en su mirada, una comunicación silenciosa que resultaba asombrosa y misteriosa.
Ignorando las frenéticas protestas de los policías, Tina dio un paso tentativo hacia el lobo. “¡Atrás!”, gritó un agente, con voz de pánico. Pero la intuición de Tina le decía que el lobo no quería hacerle daño. Levantó una mano hacia los agentes, indicándoles que no se movieran. “Confíen en mí”, dijo, con voz tranquila pero decidida.
Con el corazón latiéndole con fuerza, Tina siguió al lobo mientras éste la conducía fuera de la puerta principal y al descampado. El aire frío le mordía la piel, pero apenas lo notaba. El lobo se movía con determinación, mirando de vez en cuando hacia atrás para asegurarse de que la seguía. Detrás de ella, oyó el ruido de los policías que retrocedían asustados y sus gritos se desvanecían en la distancia.
Cuando la loba cruzó el terreno cubierto de rocío y se dirigió hacia el bosque, Tina aceleró el paso, decidida a seguirla. A pesar del miedo y la incertidumbre, Tina sabía que no podía dar marcha atrás. La sensación de urgencia crecía a su alrededor, haciendo que cada crujido de las hojas y cada lejano ulular de los búhos parecieran más intensos.
Con dedos temblorosos, Tina sacó su teléfono y marcó el número de James, un amable experto en animales que esperaba buscar ayuda. Cuando James contestó, su voz fue una presencia tranquilizadora en medio de toda la incertidumbre. “Tina, ¿qué pasa?”, preguntó con auténtica preocupación en el tono.
Tina, con la respiración acelerada, contó rápidamente a James los extraordinarios sucesos de la noche. “James, un lobo salvaje me ha traído al bosque. Lleva algo consigo y no puedo dejarlo atrás” Hubo un breve silencio por parte de James, y Tina casi podía sentir cómo crecía su preocupación.
“Tina, es estupendo que quieras ayudar, pero, por favor, ten cuidado”, dijo. “Los animales salvajes pueden actuar de formas que no esperamos, y esto podría ser peligroso” El bosque que la rodeaba parecía amplificar el peso de las palabras de James, el susurro de las hojas y el ocasional ulular del búho se convertían en una sinfonía de advertencias de la naturaleza. Sin embargo, Tina se sentía tironeada entre querer ayudar y escuchar el sensato consejo de James.
“No te muevas”, le instó James. “Iré a verte tan pronto como pueda y resolveremos esto juntos” Tina hizo una pausa, indecisa sobre qué hacer a continuación. Decidió enviar a James su ubicación en directo, con la esperanza de que pudiera ayudarla una vez allí. Pero a medida que pasaba el tiempo, la urgencia que sentía era demasiado grande para ignorarla. Una fuerza inexplicable la impulsaba a seguir al enigmático lobo hacia lo desconocido.
A medida que el lobo se adentraba en la espesura del bosque, la ansiedad de Tina se hacía más intensa. La sensación de ser observada le producía escalofríos y cada susurro de las hojas en las sombras le resultaba premonitorio. Oía sonidos extraños a lo lejos. ¿Qué era eso? Nunca lo había oído antes. Justo cuando estaba a punto de dar media vuelta, un ruido fuerte y repentino rompió el inquietante silencio.
El teléfono de Tina zumbó con una llamada. Pero la señal era débil, por lo que la voz de James sonaba confusa. Apenas podía distinguir sus palabras, pero parecía que le estaba diciendo que volviera. Ahora se enfrentaba a una decisión crucial: seguir al lobo o escuchar a James y volver.
Tras un momento de duda, Tina se armó de valor. Eligió perseguir los misteriosos sonidos, sintiendo que estaba cada vez más cerca de descubrir algo importante. Cuanto más se adentraba, más denso se volvía el bosque, y una fuerte sensación le decía que no estaba sola; sentía como si unos ojos estuvieran observando cada uno de sus movimientos. Su corazón latía de miedo hasta que, de la nada, una voz en la distancia gritó su nombre.
El torrente de adrenalina que recorría el cuerpo de Tina hizo que todo pareciera surrealista, nublando su capacidad para reconocer la voz que la llamaba por su nombre. Pero cuando miró en la dirección del sonido, lo vio claro: era James, que de algún modo había conseguido encontrarla justo cuando más lo necesitaba.
Sin embargo, el lobo, sin conocer a James, actuó según sus instintos y empezó a correr hacia él. Al darse cuenta del peligro en un instante, Tina se puso rápidamente delante de James, dispuesta a protegerle del ataque del lobo. Milagrosamente, el lobo detuvo su carga justo antes de alcanzarles, evitando un enfrentamiento en el último momento.
La repentina intervención de Tina, unida al visible alivio en su rostro, pareció comunicar al lobo que James no era una amenaza, sino un aliado potencial. Con un sutil cambio de postura, el lobo se dio la vuelta, sugiriendo que tanto Tina como James debían seguir su ejemplo.
La repentina embestida del lobo dejó a James en estado de shock, haciéndole tropezar y caer al suelo. Jadeante, se volvió hacia Tina, con los ojos muy abiertos por la confusión y la preocupación, y preguntó con urgencia: “¿Qué está pasando? ¿Qué estamos persiguiendo?”
Tina, con el corazón todavía acelerado por el encuentro, negó con la cabeza, con la voz teñida de incertidumbre. “No tengo ni idea, James. La gravedad de la situación también es un misterio para mí” Con James justo detrás de ella, siguieron avanzando por la espesura del bosque.
A medida que se adentraban, los angustiosos ruidos que había oído antes se hacían más fuertes a cada paso, creando una siniestra banda sonora para su viaje. Los sonidos parecían reverberar entre los árboles, y la tensión en el aire se hacía palpable. Finalmente, llegaron al origen de los ruidos: un viejo y oscuro pozo.
De pie al borde del viejo y erosionado pozo, sus ojos se abrieron de par en par al darse cuenta. Algo había caído al pozo y los angustiosos ruidos procedían de sus profundidades. El lobo, con una mirada casi cómplice, insinuó que era allí donde quería que Tina y James prestaran su ayuda.
La boca del pozo se perfilaba como un agujero negro sin fondo, listo para engullirlos. Cuando Tina miró hacia abajo, el aire frío y húmedo del interior pareció pegarse a su piel. Aunque no podían ver nada, estaban seguros de que había algo allí, ya que podían oír sus extraños gritos de angustia.
En un golpe de suerte, James había traído consigo una fuerte cuerda. La examinó cuidadosamente y se dirigió a Tina con un plan. “Esta cuerda aguantará mi peso. Descenderé para averiguar qué hay ahí” Tina vaciló, con la mente agitada por el temor de que las cosas salieran mal.
Las dudas la corroían y se preguntaba si era lo bastante fuerte para sujetarle. Notó que las manos de James temblaban ligeramente mientras se preparaba para el descenso. Entonces respiró hondo y empezó a descender por el borde del pozo. Tina se agarró con fuerza a la cuerda, consciente de que su viaje a las misteriosas profundidades del pozo iba a requerir todas sus fuerzas.
La voz de James se mantuvo firme y tranquila mientras le daba instrucciones sobre el manejo de la cuerda. Ella se concentró en controlar sus propios nervios y agarró la cuerda con fuerza, decidida a no defraudarle. Mientras se concentraba en su tarea, un tranquilo pensamiento cruzó su mente: “Debo confiar en mí misma tanto como él confía en mí”
James desapareció rápidamente en la oscuridad. Tina lo observaba, con el corazón latiéndole más deprisa a cada centímetro que descendía. El pozo era profundo y sombrío, y lo único que oía era el eco de los cuidadosos movimientos de James. Tenía las manos sudorosas, aferradas a la cuerda que la unía a James en la oscuridad.
Entonces, sin previo aviso, la cuerda dio un tirón y se le escapó de las manos. El pánico la inundó. Había intentado hacerse un nudo alrededor de la cintura, pero se dio cuenta de que no estaba lo bastante apretado. El miedo la ahogó mientras intentaba frenéticamente volver a agarrar la cuerda, pero ya era demasiado tarde.
En un movimiento rápido, Tina pisó el extremo de la cuerda, con la esperanza de evitar que se deslizara más. Por un momento, pensó que la había detenido a tiempo. Pero entonces sintió que la cuerda se aflojaba rápidamente y oyó el sonido de James cayendo con un ruido sordo.
Un grito rompió la tranquilidad: un sonido agudo y aterrador que rebotó en las paredes del pozo. Era James. Su grito cortó el aire, lleno de dolor y miedo. A Tina se le paró el corazón. Casi podía sentir el aire frío y húmedo que salía del pozo y le transmitía el grito de James.
“¡James!”, gritó con voz temblorosa. “James, ¿estás bien?” Pero sólo le respondió el silencio, denso y pesado. El pozo pareció tragarse sus palabras, dejándola con un silencio espantoso y el eco del grito de James en sus oídos. Se sintió impotente y su mente se agitó con los peores escenarios.
Presa del pánico, las manos de James temblaban mientras sacaba su teléfono, intentando desesperadamente encender la linterna. La oscuridad que le rodeaba era densa y le apretaba por todas partes. Con un clic, un haz de luz se abrió paso en la oscuridad, revelando los profundos espacios ocultos del pozo bajo él.
Sus ojos se abrieron de par en par de miedo cuando la luz tocó los rincones del abismo y, de repente, los extraños ruidos que había estado oyendo se hicieron más nítidos. Podía oír los pequeños resbalones y susurros de movimiento que resonaban en las paredes de piedra. Con el corazón palpitante, apuntó la linterna hacia los inquietantes sonidos, con la respiración entrecortada.
La luz reveló docenas de ojos diminutos y brillantes que le devolvían la mirada. Las criaturas, desconocidas e inquietantes, parecían retorcerse y moverse entre las sombras. James apenas podía respirar al darse cuenta de que no estaba solo aquí abajo. La visión de aquellas criaturas, con sus ojos brillando a la luz, le produjo escalofríos. Pero entonces se dio cuenta de algo.
“¡Tina, tienes que ver esto!” La voz de James resonó desde el pozo, mezclada con asombro y una pizca de miedo. Tina se acercó, con el corazón acelerado por el alivio y un poco de miedo. Al mirar en el oscuro espacio iluminado por la linterna de James, se dio cuenta de algo: había movimiento, pequeñas formas que corrían y se parecían a las extrañas criaturas que el lobo había traído a la escuela.
Al darse cuenta, sintió un escalofrío: no estaban solos. El lobo que había irrumpido en la escuela, causando caos y confusión, formaba parte de un misterio mayor, uno que yacía oculto bajo la tierra en este pozo olvidado. Mientras la luz de James bailaba sobre las formas que se movían debajo, él la llamó: “¿Son las mismas criaturas, Tina?”
“Sí”, confirmó Tina. “El lobo… quizá nos trajo aquí a propósito”, la voz de James temblaba, sus palabras resonaban en las húmedas paredes del pozo. “Parece que quería que encontráramos a los bichos atrapados aquí abajo” Tina, mirando en la oscuridad iluminada por el haz tembloroso de la linterna de James, sintió un escalofrío que le recorría la espina dorsal.
Las pequeñas criaturas se movían en las sombras, sus ojos reflejaban la luz y creaban un brillo espeluznante. El sonido de sus movimientos, un suave susurro, llenaba el silencio, haciendo la escena aún más inquietante. James continuó con voz preocupada-: ¿Recuerdas el que contaste en el colegio? Estaba herido, ¿verdad? Viendo a estos de aquí, puede que también tengan problemas. Quizá se cayeron dentro y no pueden salir. No podemos dejarlos aquí”
Tina asintió, su decisión se afianzó en su corazón. El recuerdo de la criatura herida en la escuela pasó por su mente, sus ojos doloridos suplicando ayuda. “Tienes razón. Tenemos que salvarlos. Si el lobo nos trajo aquí, debe ser para pedir ayuda”
El corazón de Tina latía con fuerza mientras le gritaba a James: “¡Voy a sacarte a ti y a esas criaturas de ahí! Sólo aguanta!” Sabía que tenía que idear un plan y rápido. Miró desesperada a su alrededor y vio un gran árbol cerca. Se le ocurrió una idea: podía utilizarlo para anclar la cuerda.
Se apresuró y enrolló la cuerda alrededor del árbol, tensándola y haciendo un nudo triple. Convencida de que aguantaría, gritó: “James, he asegurado la cuerda. Empieza a entregar a las criaturas una a una. Me aseguraré de que estén a salvo”
La respuesta de James resonó desde el pozo: “¡Entendido! Aquí viene el primero” Tina vio con la respiración contenida cómo una pequeña criatura peluda emergía de la oscuridad, agarrada suavemente de las manos de James. Había creado un cabestrillo improvisado con su chaqueta para subirlos. Cuando James se acercó, Tina se agachó y levantó al asustado animal para ponerlo a salvo.
“Ya estás bien, pequeño”, susurró. Tina juntó un montón de hojas para hacer un rincón cálido y mullido donde descansaran las criaturas. Una a una, fueron saliendo del pozo a medida que James descendía por la cuerda. Cada vez que James ascendía, con los músculos tensos, a Tina le temblaban los nervios. Pero, afortunadamente, la cuerda se mantenía firme. Con cada criatura rescatada, Tina sentía un gran alivio.
Tras media hora tensa y sin aliento, James, con gran esfuerzo, sacó a la última de las pequeñas criaturas del oscuro pozo. Tumbados en el suelo, los cinco animales parpadearon en la penumbra y sus ojos reflejaban una mezcla de confusión y curiosidad. El aire estaba cargado de tensión mientras James y Tina reflexionaban sobre su próximo movimiento.
Con renovadas esperanzas, Tina y James reunieron rápidamente a las pequeñas criaturas en sus improvisados transportines. El lobo estaba cerca, con los ojos atentos y la postura preparada. Con cuidado, Tina levantó el último animal peludo y lo colocó en la boca del lobo. El lobo apretó suavemente, su mandíbula tierna pero segura alrededor de la preciosa carga.
Apresuradamente, el trío salió del oscuro bosque y se dirigió hacia la clínica veterinaria local. La mente de Tina daba vueltas con preguntas: ¿estarían bien las criaturas? ¿Qué eran exactamente? Pero ocultó su curiosidad y se centró en conseguirles atención médica lo antes posible.
Irrumpió en la clínica y pidió ayuda urgentemente. Para su alivio, un veterinario experimentado estaba preparado, con sus ojos experimentados evaluando rápidamente la situación. Con firmeza pero con delicadeza, indicó a Tina y a James que colocaran a las criaturas en las mesas de exploración. Sin embargo, cuando Tina se dispuso a seguirle, el veterinario la detuvo con la mano extendida.
“Sé que quieres quedarte con ellos, pero necesito espacio para trabajar. Te prometo que te pondré al día en cuanto pueda” Tina abrió la boca para protestar, pero se contuvo. Se dio cuenta de que el veterinario sabía lo que hacía. Asintió a regañadientes y se retiró a la sala de espera, con James a su lado, que compartía un estado de nerviosa expectación.
El tiempo pasaba interminablemente mientras los dos permanecían sentados en la estéril sala de espera, observando las manecillas del reloj. Tina se retorcía las manos, su mente se arremolinaba con posibilidades, cada una más preocupante que la anterior. ¿Y si las criaturas estaban demasiado heridas? ¿Y si el veterinario no podía ayudarlas? Nunca se había sentido tan impotente. Lo único que podían hacer era esperar y confiar.
Al cabo de un rato, el veterinario abrió la puerta y les dio la bienvenida con una sonrisa. Les informó de que habían llegado justo a tiempo y que sus esfuerzos habían logrado salvar a los animales. Tina, sintiendo una mezcla de alivio y curiosidad, se volvió hacia el veterinario y le pidió explicaciones.
Resultó que aquellos animales eran un raro cruce entre un coyote y un lobo. El veterinario no pudo determinar cómo habían acabado dentro del pozo, pero destacó su singularidad. Tina estaba decidida a no dejarlos volver a la naturaleza; necesitaban un lugar seguro al que llamar hogar.
Por suerte, la conexión de James con el santuario de animales local supuso un rayo de esperanza. Con amplios espacios y recursos, el santuario estaba más que equipado para cuidar de estos seres extraordinarios. Era una solución perfecta, que les ofrecía la oportunidad de una nueva vida llena de amor y seguridad.
En los días siguientes, Tina se sintió atraída por los cachorros y su vínculo se hizo más fuerte con cada visita. Cuando pasaba tiempo con ellos, sentía que la envolvían una sensación de calidez y afecto que le llenaba el corazón de alegría. Era un marcado contraste con el miedo y la incertidumbre que había sentido aquella fatídica noche en el bosque.
Reflexionando sobre su viaje, Tina supo que había tomado la decisión correcta al seguir al lobo hacia lo desconocido. La había llevado a un lugar de felicidad inesperada, un mundo donde el amor y la gratitud fluían libremente de sus nuevos amigos peludos. Y al mirarlos a los ojos, supo que no sólo había encontrado compañía, sino una conexión profunda que duraría toda la vida.