La mayoría de las personas afirman que sin duda ayudarían a un desconocido en apuros si se lo pidieran. Del mismo modo, podrían esperar que otros acudieran en su ayuda si se encontraran en una situación similar. Sin embargo, la realidad suele ser muy distinta.

Veamos, por ejemplo, esta escena captada por una cámara de seguridad en una bulliciosa calle frente a una estación de tren, en la que se ve a un hombre que parece estar bastante enfermo, tendido en la acera y pidiendo ayuda desesperadamente.

Dada la gran afluencia de peatones en una zona tan transitada, cabría suponer que al menos algunas personas se detendrían y ofrecerían su ayuda. Pero, ¿acude alguien a ayudarle? Profundicemos en esta situación y veamos qué ocurre.

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Observa a la persona que pasa Está completamente absorto en una conversación telefónica, con la atención fija en la pantalla y en la voz del otro lado. Su mundo está tan estrechamente enfocado que parece completamente ajeno al caos que se desarrolla a su alrededor.

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A pesar de que el hombre necesitado está claramente visible en la acera, tendido y en evidente peligro, este transeúnte permanece impasible. Con la mirada fija en su teléfono y la mente ocupada en su conversación, sigue avanzando a grandes zancadas, dejando atrás a la persona necesitada sin detenerse un momento ni mostrar un ápice de preocupación.

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Su falta de reconocimiento de la situación ilustra crudamente cómo las preocupaciones personales pueden eclipsar la urgencia de las necesidades de los demás. Está claro que, aunque ve la angustiosa escena que se desarrolla ante él, da prioridad a su llamada telefónica antes que ofrecer ayuda.

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Este comportamiento pone de relieve un fenómeno común en el que la gente decide no intervenir cuando se encuentra con alguien en apuros. A menudo, los individuos pueden estar tan centrados en sus propias tareas o preocupaciones que pasan por alto o evitan conscientemente involucrarse en situaciones que requieren ayuda.

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Esta tendencia a ignorar a las personas necesitadas, incluso cuando su angustia es visiblemente evidente, pone de manifiesto un problema mucho más amplio y preocupante: la inacción durante las emergencias.

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Refleja un patrón más amplio en el que, a pesar de reconocer la urgencia y los signos visibles de que alguien necesita ayuda, muchas personas permanecen pasivas. Este fenómeno puede dar lugar a una parálisis colectiva, en la que todo el mundo asume que alguien más actuará, lo que conduce a un fracaso generalizado en la prestación de asistencia oportuna.

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Esta inacción ante una situación de peligro evidente pone de manifiesto un problema profundamente arraigado en nuestro planteamiento de las situaciones de emergencia y revela la necesidad de estrategias más eficaces para suscitar la participación y la acción de los transeúntes

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La gente puede no ayudar por varias razones: puede estar asustada, no saber qué hacer o suponer que alguien más intervendrá. ¿Se ha enfrentado alguna vez a una situación así? Es inquietante imaginar cómo, aun habiendo tanta gente caminando, nadie se detiene a ayudar.

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Es difícil pensar en cómo una multitud puede ser tan grande y aún así dejar a alguien necesitado sin ayuda. Fíjate en esta mujer que parece una estudiante universitaria. Camina por la calle con una sonrisa radiante, inmersa en una alegre conversación con su amiga.

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Mientras camina, mira brevemente al hombre que necesita ayuda. Sin embargo, rápidamente vuelve a centrar su atención en su amiga, como si su conversación fuera mucho más importante. Está tan absorta en su conversación que no se detiene a ofrecer ayuda, ni siquiera a escuchar la desesperada llamada de socorro del hombre.

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A menudo, las personas dudan en intervenir en estas situaciones porque les preocupa malinterpretar la situación y la posibilidad de sentirse incómodas al ser las primeras en ofrecer ayuda.

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Pueden temer que sus acciones resulten erróneas o incómodas, lo que les lleva a evitar intervenir aunque realmente quieran ayudar. ¿Te has encontrado alguna vez en un estado de confusión como éste? Veamos qué ocurre a continuación.

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Mira a esta pareja de ancianos que van por la calle. Visten impecablemente y parecen muy animados, pero es evidente que van deprisa a algún sitio importante, absortos en su propia conversación y totalmente ajenos a lo que les rodea.

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A pesar de que están a pocos pasos del hombre que necesita ayuda, no se detienen ni miran en su dirección. Es posible que simplemente supongan que otra persona se dará cuenta y le ayudará, sin darse cuenta de la oportunidad que tienen de marcar la diferencia en ese momento.

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Los estudios indican que, normalmente, sólo 1 de cada 5 personas actúa ante una situación similar. Dado que en este caso hay más de cinco transeúntes, cabría esperar que al menos uno de ellos diera un paso al frente y ayudara. Por desgracia, parece que nadie actúa.

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Fíjense en este hombre vestido de blanco, que avanza a paso ligero por la calle con un café en la mano. Se da cuenta claramente de que el hombre suplica ayuda, pero sigue su camino, limitándose a observar desde la distancia. La razón por la que no ofrece ayuda sigue siendo un misterio.

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Resulta muy desalentador ver momentos como éste, en los que alguien está claramente sufriendo y necesita ayuda urgente, pero nadie se detiene a prestarle el apoyo que tan desesperadamente necesita. Sin saberlo, estos desconocidos se han reunido en silencio como un grupo improvisado con una regla tácita: evitar involucrarse.

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Tal vez, con el tiempo, alguien responda a su desesperado grito de ayuda. Obsérvese a este hombre de mediana edad vestido de traje; está inequívocamente atento al desarrollo de la situación. Sus ojos permanecen fijos en el individuo que suplica ayuda, pero sigue pasando de largo sin ofrecer ninguna ayuda.

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Dudan en destacar entre la multitud y se resisten a actuar a menos que otros hagan lo mismo. Observa a este hombre con chaqueta azul, que lleva una bolsa de ordenador portátil y se ha detenido momentáneamente para evaluar el desarrollo de la situación.

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Por un momento, hay un destello de esperanza de que tal vez, sólo tal vez, sea él quien dé un paso al frente y ofrezca la ayuda que la persona en apuros necesita desesperadamente. Su atención se centra intensamente en la persona en apuros, y casi parece que está a punto de entrar en acción.

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Sin embargo, como suele ocurrir en estos casos, el resultado es lamentablemente previsible. En lugar de detenerse a ayudar, sigue su camino, dejando atrás la escena. Es posible que le falte confianza o decisión para intervenir, lo que contribuye a la inacción constante a su alrededor.

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Las emergencias en las que una persona requiere asistencia suelen implicar circunstancias únicas, complejas y a menudo inusuales. Estas situaciones pueden ser altamente impredecibles y exigentes, presentando retos con los que muchas personas nunca se han encontrado antes.

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Debido a esta falta de familiaridad, las personas pueden sentirse inseguras y vacilantes, carentes de la experiencia y los conocimientos necesarios para afrontar con eficacia estos momentos de gran presión. Cuando se enfrentan a la decisión crítica de si deben intervenir y ofrecer ayuda, la incertidumbre y el estrés pueden dificultarles la acción.

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¿Recuerdan al hombre de blanco que sostenía un café? En esta escena, vuelve a pasar junto a la persona necesitada. Es la segunda vez que ve al hombre en apuros y, a pesar de haber visto la situación antes, sigue pasando de largo sin ofrecer ayuda.

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Resulta bastante desconcertante que, incluso después de encontrarse por segunda vez con la misma situación de angustia, parezca seguir careciendo de cualquier sentido de empatía o motivación para intervenir y ayudar. Esta indiferencia repetida plantea interrogantes sobre por qué sigue sin decidirse a actuar.

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En esta situación, nos enfrentamos a dos principios opuestos: el deber moral de ofrecer ayuda y la inclinación natural a imitar el comportamiento de quienes nos rodean. Por un lado, existe el imperativo ético de intervenir y ayudar a quien lo necesita.

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Por otro lado, existe una poderosa influencia social ejercida por un grupo de desconocidos que, consciente o inconscientemente, crean una presión para evitar intervenir. Esta reticencia colectiva a actuar hace que a los individuos les resulte excepcionalmente difícil superar la inercia imperante de la multitud y emprender una acción independiente.

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El resultado es un entorno difícil en el que el deseo de conformarse suele pesar más que el impulso de ayudar. Observemos lo que ocurre a continuación En esta escena, el hombre se ha desplomado en las escaleras y parece hacer un esfuerzo por arrastrarse hacia arriba, como si luchara por ayudarse a sí mismo.

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Cerca de él, hay un hombre sentado en una parrilla, absorto en la lectura de un periódico. A pesar de que tiene una visión clara de la angustia y la lucha del hombre, permanece completamente absorto en su lectura, sin mostrar ninguna inclinación a intervenir. Además, una anciana vestida de verde observa la escena.

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Parece como si murmurara para sí misma palabras de simpatía o preocupación por el hombre. Sin embargo, a pesar de su visible simpatía y de la aparente reacción emocional, no se detiene a ofrecer ayuda o asistencia.

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Un espectador debe reconocer que algo va mal, evaluar la situación como una emergencia o un escenario que necesita ayuda, determinar si se siente personalmente responsable de actuar, decidir cuál es la mejor manera de ayudar y, a continuación, actuar. En este caso, la pareja que baja las escaleras puede ver claramente que el hombre está completamente inmovilizado.

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Sin embargo, parecen haber ignorado la situación y continuado su camino. ¿Cuál podría ser la razón de su falta de respuesta? ¿Qué harías tú en una situación así? Fíjate ahora en la mujer de la chaqueta blanca Al principio, observa brevemente la situación y opta por alejarse.

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Sin embargo, instantes después, cuando ve que otro hombre se acerca e intenta ayudar al enfermo, vuelve al lugar y comienza a ofrecer ayuda ella misma. ¿Qué puede haber provocado este cambio de comportamiento?

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Las investigaciones indican que las personas se sienten más inclinadas a ofrecer ayuda cuando la perciben como una oportunidad de crecimiento personal, un medio de aumentar su autoestima o una forma de evitar el sentimiento de culpa que podría derivarse de la falta de ayuda. Finalmente, más gente ha empezado a llegar y a ofrecer ayuda al hombre.

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Es como si de repente todo el mundo se implicara en la situación. La influencia social influye enormemente en la rapidez con que las personas reconocen que algo va mal y lo perciben como una emergencia. Ahora vemos a la gente haciendo fotos del incidente y llamando por teléfono.

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En los casos en los que no está claro si se necesita ayuda, los transeúntes suelen pedir a los demás que les orienten sobre cómo deben actuar. Lo más probable es que el hombre finalmente reciba ayuda.

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Pero hay más. En la siguiente escena, se ve al hombre erguido y actuando con normalidad, completamente distinto de su anterior estado de angustia. ¿Qué ocurre aquí? Resulta que toda esta situación formaba parte de un experimento destinado a estudiar el comportamiento humano en tales contextos, a menudo denominado Efecto espectador.

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Esta investigación explora cómo las normas situacionales y las expectativas de quienes les rodean pueden influir significativamente en la decisión de las personas de asumir su responsabilidad personal y ofrecer ayuda. El experimento se diseñó para observar cómo cambian las reacciones de los individuos en función del comportamiento de los demás y de las normas percibidas en una situación determinada.

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De hecho, incluso un pequeño gesto puede tener un impacto sustancial a la hora de abordar problemas, ya que a menudo conduce a cambios o soluciones positivas en diferentes situaciones. En definitiva, está claro que la empatía desempeña un papel crucial a la hora de impulsar el cambio, ¿verdad?

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La pregunta ahora es: ¿dónde se originó el efecto espectador y por qué es tan significativo? Ken Brown, galardonado profesor e investigador comprometido de por vida con el voluntariado, aborda esta cuestión en una charla TEDx en UIowa.

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Habló de la compleja naturaleza del efecto espectador, explicando sus implicaciones tanto para las comunidades como para los individuos. Ken compartió ideas sobre cómo buscar ayuda cuando se necesita y cómo los grandes movimientos comienzan y crean el cambio. Pero lo más interesante es el origen del efecto espectador

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El 13 de marzo de 1964 ocurrió una tragedia en Queens, Nueva York: Kitty Genovese fue atacada en la puerta de su apartamento. Era tarde, pero había gente despierta y ella gritaba.

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Dos semanas después, el New York Times publicó un artículo en el que se afirmaba que 37 personas vieron el incidente y no llamaron a la policía. Esa cifra se ajustó más tarde a 38. La idea de que alguien pudiera ser agredido brutalmente sin que nadie interviniera suscitó gran preocupación entre los psicólogos sociales, que empezaron a investigar este fenómeno.

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Uno de los estudios más importantes en este campo fue el realizado por John Darley y Bibb Latané en 1968. En un laboratorio, colocaron a los participantes en una habitación con auriculares y les pidieron que escucharan a los demás.

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Se les hizo sentir que estaban solos, con otras dos personas o con otras cinco. A continuación, los investigadores simularon una emergencia: una persona describía los síntomas de un ictus y pedía ayuda.

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La pregunta clave era si los participantes, creyendo que estaban solos o acompañados, romperían los límites del experimento para buscar ayuda.Los resultados fueron sorprendentes. Cuando los participantes pensaban que estaban solos, más del 80% ayudaba en menos de seis minutos.

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Este porcentaje se redujo a más del 60% cuando creían que había otras dos personas presentes y a menos de la mitad cuando pensaban que había otras cinco. El tiempo que se tardaba en ofrecer ayuda también variaba: menos de un minuto cuando se estaba solo, pero casi tres minutos de media con otras cinco personas.

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Esto se atribuyó inicialmente a una difusión de la responsabilidad: la gente sentía menos responsabilidad personal para actuar cuando había otras personas presentes. Las réplicas y estudios posteriores en diversas emergencias confirmaron el efecto espectador, demostrando que las personas pasaban a menudo junto a alguien necesitado sin ayudar.

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Sin embargo, investigaciones posteriores revelaron matices en esta interpretación. Rachel Manning y sus colegas descubrieron que la historia original del crimen de Kitty Genovese no era tan clara como se había informado; algunas personas habían llamado a la policía y otras habían gritado desde sus ventanas.

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El metaanálisis de Peter Fisher también respaldó el efecto espectador, pero indicó que la presencia de espectadores pasivos reducía específicamente las respuestas de ayuda. Curiosamente, cuando se ordenaba a una persona que ayudara, el efecto se invertía: era más probable que la gente ayudara, lo que sugiere que la principal explicación del efecto espectador podría ser la incertidumbre y no la difusión de la responsabilidad.

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Este principio puede aplicarse en diversos contextos, desde las emergencias hasta la captación de voluntarios. Margaret Mead dijo célebremente: “Nunca dudes de que un pequeño grupo de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar el mundo”

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Reflexionar sobre las experiencias personales, refuerza la importancia de superar la incertidumbre y pasar a la acción. Este compromiso de actuar, en lugar de permanecer pasivo, puede marcar una diferencia sustancial en situaciones críticas.

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Ken recordó una experiencia personal en la que tuvo que embarcar en un vuelo. Cuando las puertas de embarque estaban a punto de cerrarse, se dio cuenta de que el hombre sentado a su lado estaba profundamente dormido. El hombre, vestido con unos vaqueros de aspecto rudo y el pelo desordenado, estaba claramente sumido en un profundo sueño.

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Ken sintió la responsabilidad de asegurarse de que el hombre no perdiera su vuelo, pero la incertidumbre se apoderó de él. ¿Y si el hombre se enfadaba por haberle despertado? ¿Y si no estaba en el mismo vuelo? Lleno de miedo y ansiedad, Ken empezó a alejarse.

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Sin embargo, de repente se dio la vuelta, tocó el hombro del hombre y le dijo: “Señor, el vuelo está a punto de salir”, aún rebosante de ansiedad. El hombre se despertó y respondió: “Muchas gracias”

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Resultó que el hombre estaba en un retiro espiritual y no había podido mantenerse despierto por más tiempo. Para Ken, esta experiencia fue un logro personal. Le hizo darse cuenta de la importancia de actuar ante los sentimientos de incertidumbre en lugar de huir de ellos.

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Con las redes sociales integradas en muchas de nuestras vidas, el efecto espectador se ha adaptado a este paisaje digital de forma significativa. Aunque las plataformas de los medios sociales nos permiten investigar y abordar las injusticias con mayor facilidad, también exacerban el efecto espectador.

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En línea, los factores que contribuyen a este fenómeno se magnifican porque no podemos ver las reacciones físicas de los demás, lo que hace más fácil suponer que alguien más actuará. Un ejemplo notable fue cuando se retransmitió en directo por Facebook el acoso a un estudiante de secundaria.

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A pesar de ser visto por más de 40 personas, nadie alertó a la policía. Este trágico incidente pone de relieve cómo el anonimato y el distanciamiento del entorno en línea pueden paralizar a personas que, de otro modo, podrían intervenir en persona.

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Del mismo modo, ese mismo año, otro vídeo de Facebook Live mostraba el acoso a un hombre con discapacidad mental. A pesar de que el vídeo recibió numerosos comentarios de desaprobación, nadie se puso en contacto con las autoridades.

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El vídeo permaneció en línea durante más de 30 minutos antes de ser retirado, lo que subraya el retraso en la respuesta que puede producirse cuando las personas no están seguras de su papel o responsabilidad en un entorno en línea.

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Estos incidentes ilustran cómo el efecto espectador no sólo está presente en entornos físicos, sino que puede ser aún más pronunciado en entornos virtuales, donde la difusión de la responsabilidad se ve agravada por la falta de reacciones inmediatas y visibles de los demás.

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A medida que aumenta nuestra dependencia de las redes sociales, resulta cada vez más importante comprender y mitigar el efecto espectador en la era digital. Una de las principales razones por las que la gente no suele actuar cuando se necesita ayuda es que no reconocen la situación hasta que es demasiado tarde.

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A menudo, las personas están preocupadas por sus propios pensamientos o tareas, lo que les hace pasar por alto señales críticas de que alguien necesita ayuda. Además, las circunstancias ambiguas pueden dificultar la determinación de si realmente se necesita ayuda.

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Cuando una situación no está clara, es menos probable que las personas intervengan porque no están seguras de si su ayuda es necesaria o apropiada. Un notable experimento de 1968 demostró claramente este efecto. En el estudio, se colocó a los participantes en una habitación en la que empezaba a entrar humo a través de una rejilla de ventilación.

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Cuando los participantes estaban solos, tenían más probabilidades de detectar el humo rápidamente. Sin embargo, cuando otras personas de la habitación ignoraban el humo, los participantes tenían muchas menos probabilidades de actuar. La presencia de personas pasivas llevó a los participantes a asumir que la situación no era una emergencia.

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Este fenómeno, en el que los individuos se fijan en el comportamiento de los demás para guiar sus propias acciones, puede conducir a la inacción en momentos críticos, especialmente cuando los que les rodean no responden a la posible emergencia.

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Los espectadores no permanecen pasivos en las situaciones de acoso, sino que influyen activamente en el acoso que observan. Los que participan junto a los acosadores obviamente aumentan el daño infligido a la víctima, contribuyendo directamente al comportamiento dañino.

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Sin embargo, el impacto de los espectadores va más allá de los que participan. Incluso quienes se limitan a observar sin intervenir son percibidos por las víctimas como partidarios tácitos del acosador. Esta observación silenciosa transmite el mensaje de que el comportamiento acosador es aceptable o no se cuestiona, intensificando así el impacto negativo en la víctima.

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La presencia de espectadores pasivos puede hacer que la víctima se sienta aún más aislada e impotente, exacerbando el daño emocional y psicológico causado por el acoso.

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Esto pone de relieve el papel fundamental que desempeñan los espectadores en la perpetuación o mitigación de las situaciones de acoso, y subraya la necesidad de una intervención activa y de apoyo a las víctimas. Sumérgete en el mundo del efecto espectador y sus raíces psicológicas.

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Comprender estos mecanismos no sólo te hace consciente, sino que te prepara para entrar en acción cuando más lo necesitas. Ilumina el camino hacia un comportamiento proactivo difundiendo conocimientos sobre cómo se produce la inacción y cómo combatirla.

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Transformar la concienciación en acciones significativas empieza por asumir el poder de la responsabilidad personal. Cada paso que das para responder a una crisis o echar una mano puede desencadenar un poderoso efecto dominó, creando olas de cambio positivo que se extienden mucho más allá del momento inmediato.

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Si decides actuar con decisión, no sólo marcarás una diferencia tangible en la vida de alguien, sino que te convertirás en un faro de inspiración para los que te rodean. Cuando tomas las riendas y predicas con el ejemplo, demuestras cómo el compromiso de una persona puede desencadenar una reacción en cadena, animando a los demás a seguir su ejemplo.

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Aproveche el poder transformador de la acción individual y sea testigo de cómo su único esfuerzo puede inspirar una ola de responsabilidad y bondad colectivas. Descubra cómo su postura proactiva puede multiplicarse, amplificando el impacto de sus buenas acciones y fomentando una cultura de empatía e intervención.

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Ahora que tenemos una comprensión más clara del efecto espectador y sus implicaciones, la pregunta apremiante es: ¿Cómo aprovechará este conocimiento para liderar a otros, impulsar un cambio significativo y tener un impacto significativo en el mundo?

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Ser conscientes del efecto espectador nos capacita para ir más allá de la observación pasiva y tomar medidas proactivas en nuestras comunidades. Nos desafía a convertirnos en catalizadores del cambio, transformando nuestros nuevos conocimientos en acciones que inspiren y movilicen a quienes nos rodean.

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Al adoptar estos conocimientos, podemos pasar de limitarnos a reconocer el problema a abordarlo activamente, animando a otros a dar un paso al frente y contribuir a las soluciones.

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Ya sea a través del liderazgo, la defensa o la acción personal, su compromiso para superar el efecto espectador puede crear un efecto dominó de influencia positiva, fomentando en última instancia una cultura de empatía, responsabilidad y acción colectiva. La verdadera pregunta ahora es: ¿Cómo va a tomar las riendas y convertirse en un faro de cambio en su propia esfera de influencia?

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